ASÍ PIENSO, ASÍ ESCRIBO

Cada noche, en La Voz Silenciosa, hago un comentario personal. Es este que aquí aparece, con la intención de dejar constancia escrita del mismo.

5 de marzo de 2010

CORRECCIÓN EN EL HABLAR

Hoy son mis licántropos quienes me plantean la cuestión del bien hablar. Pues muy bien, empecemos. Mano al diccionario, para utilizar algún ejemplo que nos sirva de entrada al comentario de hoy:
Bonhomía.
Afabilidad, sencillez, bondad y honradez en el carácter y en el comportamiento.
Afabilidad:
Calidad de afable
Afable.
Agradable, dulce, suave en la conversación y el trato.
Es un ejemplo de seguir el rastro a una palabra y a sus relacionadas.
Realmente el diccionario sigue siendo una fuente de sabiduría. Lástima que casi nadie lo utilice. La excusa antes era que había que buscar en libros y manejarlos. Y que eso era pesado y farragoso.
Pero ahora no hay excusa. Sólo tienes que entrar en Internet y buscar en www.rae.es la palabra en cuestión. Y ya está, así de sencillo y así de fácil. Y si no está, no está. Pero si aún tienes dudas que van más allá de las propias palabras, es decir, nos sumergimos en el mundo de la construcción de frases comunes. Del uso indebido o no de ciertos giros. De la necesidad de saber algún gentilicio. O incluso el nombre de algún mandatario o capital, incluso, de un país… Ahí está el Diccionario del Español Urgente de la Agencia EFE. A su disposición.
Y también existen diccionarios de sinónimos y antónimos.
Es decir, si usted habla mal es porque quiere.
Pero si el que habla mal es un profesional. Y entiendo por tal el que ha cursado la correspondiente carrera y por eso está en un medio de comunicación con dedicación exclusiva y debidamente remunerado… no tiene excusa de ningún tipo. Si no sabe decir QUINGENTÉSIMO QUINCUAGÉSIMO QUINTO en lugar de 555, que busque el giro necesario para suplir su desconocimiento.
Pero cuando esta noche viendo el Real Madrid en su partido (frío por cierto, muy frío) de Copa de Europa o Champions Ligue como se le llama ahora y oigo que el comentarista, cuyo nombre ignoro, pero que intentaré averiguar dice que Martín Vázquez ha sabido pronunciar un nombre ruso gracias a su idiosincrasia, ya me revuelco en el cieno de la indolencia y me abandono a la más absoluta desidia, porque pienso que así jamás nuestros hijos y nietos sabrán hablar.
Si no hay ejemplo ni espejo donde mirarse, apaga y vámonos.
Por cierto:
Idiosincrasia.
Rasgos, temperamento, carácter, etc., distintivos y propios de un individuo o de una colectividad.
¿Vosotros entendéis algo? Yo, desde luego, no.
SED FELICES

¿TANTO NOS AFECTA?

Hoy son mis fantasmas, quienes me interpelan sobre el carácter y sus cambios. Yo les contesto así: Después de tantos años vividos… y a la espera de que me queden otros tantos… sigo pensando qué es lo que nos afecta tanto como para que nuestro carácter sea tan cambiante.
Y creo que no hay que ser muy inteligente, aunque sí listo (que no es lo mismo) para darnos cuenta de que no somos nosotros.
Porque nosotros, pobres mortales, trabajadores la inmensa mayoría. Es decir, proletarios, consumidores y sufridos “hipotecos entre comillas”, hemos ido viendo cómo nuestras aspiraciones, esas que de pequeños eran nuestro sueño. Nuestra ilusión. Lo que íbamos contando a todo el mundo cuando nos preguntaban qué queríamos ser de mayores.
Aunque esos primeros deseos fueron cambiando con el tiempo, pero por el simple hecho de que conforme adquiríamos conocimientos del mundo, conforme alimentábamos nuestras neuronas con la información que nos entraba a raudales por todos los medios habidos y por haber. Por los cinco sentidos en suma y porque sólo tenemos cinco… nuestras metas eran distintas. Si de pequeños decíamos poetas, médicos, o curas o monjas, o bomberos, o policías, o vaqueros. O simplemente, seres dedicados a ayudar a los demás, por el simple hecho de que nos nacía así, porque éramos de los que entonces decían “este va pa cura”… Al ir creciendo y asimilando toda esa formación-información, empezábamos a darnos cuenta de que con eso no se comía muy bien, o se comía simplemente.
Y nuestras metas comenzaban a rolar como un barco azotado por un cambio de viento. En lugar de desplegar las velas, las íbamos recogiendo y anudándolas. No fuera que esos vientos las dañaran. Entonces es mejor dejar que el barco navegue por sí solo. Dejarlo que vaya hacia donde las corrientes marinas lo empujen. Y eso nos lleva a desembarcar en un puerto que no es el nuestro, pero que nos acoge y nos sirve de abrigo.
Más tarde, cuando empiezas a ver las cosas desde la atalaya de la edad, te arrepientes de cosas que has hecho, pero mucho más, de las que has dejado de hacer.
Porque esas son las que hubieran henchido tus velas en todo su esplendor, a pesar de los pesares, aún a cambio de no ser tan acomodado como pensabas que te iba a hacer el haberlas recogido.
Y te das cuenta de que la vida al final es lo que tú has decidido que sea, pero que podía haber sido distinta. Otra. Quizá peor. O quizá mejor. Pero ya no tienes tiempo de volver atrás. Ahora estás anclado en ese puerto desde el que ves, con tristeza, el desguace en el que esperan, pacientes, otros barcos que como el tuyo, han llegado al final de su existencia.
Antes o después tú entrarás en él también. Serás desguazado. Sólo piensas en que los mares que has surcado y la gente que ha ido sobre tu cubierta, quizá haya aprendido a navegar en la dificultad. O quizá, si lo has hecho sólo, las piezas que salgan de ese desguace, sirvan a algún otro barco, para ser reparado o quizá, como ejemplo de las cosas bien hechas.
SED FELICES